Hay
empresas que venden.
Y empresas a las que, de vez en cuando, les compran.
Y no, no es lo mismo.
Una empresa que vende tiene claro:
✔ A
quién quiere llegar.
✔ Cómo capta nuevos clientes.
✔ Qué pasos da para cerrar una venta.
✔ Y qué hace para fidelizar después.
Tiene un sistema
Aunque sea sencillo. Aunque se esté mejorando.
Pero tiene una forma de trabajar repetible, medible, mejorable.
A veces mucho, otras no tanto.
Va facturando.
La
otra… va tirando.
Depende de las recomendaciones, de lo que entre por la web, de alguna feria o
llamada espontánea.
Y
cuando llegan los meses flojos, las alarmas saltan:
“Tenemos que vender más.”
Y empieza la improvisación.
Un mail
aquí.
Una visita allá.
Un descuento para ver si alguien pica.
Pero
sin sistema, no hay control.
Y sin control, no hay estabilidad.
Yo también viví en modo supervivencia
Cuando empecé mi negocio, yo también vendía como podía.
Tenía
experiencia, claro.
Había vendido y exportado durante años para otros.
Pero
ahora se trataba de vender para mí.
De que si no entraba dinero ese mes,
no se pagaban las facturas.
Y ahí
no hay margen para la suerte.
Ahí necesitas método.
Así que me puse seria.
Ajusté.
Fallé.
Probé.
Aprendí.
Y así
empecé a construir mi sistema.
Uno que hoy aplico con mis clientes.
Y que permite vender con más seguridad y sin improvisar a cada paso.
¿Qué pasa cuando tienes un sistema?
✔ Tienes
claro a qué perfiles ir.
✔ Sabes cómo detectar si merece la pena dedicar tiempo
a un contacto.
✔ Tienes una propuesta clara y sólida.
✔ Y un proceso que puedes seguir, revisar y afinar.
No es un milagro.
Pero es lo más parecido a tener oxígeno comercial estable.
Y si
ahora mismo estás vendiendo por inercia,
si no sabes de dónde vienen tus clientes ni cómo replicar tus ventas,
no tienes un negocio.
Tienes suerte.
Pero la suerte no es replicable. Un sistema sí.
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